En el industrializado mundo del cine de autor, quien emprende cualquier tipo de obra (película, muestra, libro, investigación, lo que sea) se ha acostumbrado a desarrollarla a través de fondos, laboratorios, residencias, becas o todo tipo de ayudas. Estos espacios de desarrollo, tras dos décadas de constante crecimiento, han adquirido una importancia crucial en el acto de creación y se han transformado pasando de ser un apoyo a cineastas a ser una condición sine qua non para que ellos produzcan obra.  Extrañamente se ha invertido la cadena de pulsiones o deseos: es habitual encontrarse en el mundo de ayudas con el término o la nomenclatura estímulos: estímulos a la producción, estímulos a la escritura etc, como si quienes quieren hacer cine necesitan de estos estímulos para producir sus obras personales que el mundo o el sistema no les está reclamando. En un momento donde cada vez se amenaza más el apoyo estatal a la cultura y se la tiende a mercantilizar, el creador se ha convertido en una obra/producto en sí mismo que debe estar vendiéndose constantemente por mercados y laboratorios. En un mundo donde la obra dejó de ser la finalidad del proceso para transformarse en un medio para acceder a estos espacios de desarrollo profesional, cabe preguntarse más que nunca desde dónde y por qué estamos haciendo cine y qué estamos dispuestos a sacrificar para que nuestras películas existan. Esta conversación invita a participar a cineastas, investigadores, productores, programadores, archivistas, curadores o cualquier persona con interés por el cine y apunta a reflexionar acerca de nuestra relación con el deseo y el hacer del cine.