Españoles en el Titanic: Víctor y Pepita, amor, tragedia y una caja de caramelos tofe

Españoles en el Titanic: Víctor y Pepita, amor, tragedia y una caja de caramelos tofe
Como cada año al llegar el aniversario del hundimiento del mayor vapor transatlántico de la época, aquel que “ni Dios podría hundirlo,” las historias contadas por sus supervivientes se mezclan con suposiciones, secretos y misterios. Fascinó al mundo en 1912 y lo sigue haciendo ahora. La madrugada del 15 de abril de 1912, durante la travesía de su pomposo viaje inaugural se hundía en las gélidas aguas de Terranova el RMS Titanic de la naviera White Star Line. Mucho se ha escrito sobre aquella noche, exposiciones por todo el mundo han mostrado detalles del suceso e incluso la gran pantalla ha escenificado la tragedia, pero pocos saben que entre los enseres hundidos a 4. 000 metros de profundidad se encuentra una caja de metal que contuvo los caramelos tofe exclusivos de la pastelería Arrese, pionera en su fabricación. En 1850, Ildefonso Arrese y su esposa, Catalina, comenzaban una nueva vida en Bilbao, pues la fragua familiar en la que desde hacía ocho generaciones trabajaban en Ochandio no podía competir con Altos Hornos. En la calle Bidebarrieta, en pleno Casco Viejo de Bilbao, abrían un pequeño ultramarinos donde Catalina comenzó a vender también sus pasteles. Dos años después comprendieron que los pasteles y dulces de Catalina eran más rentables y se fundaba oficialmente la pastelería Arrese. Fueron sus nietos quienes engrandecieron el negocio, elaboraban en su obrador pasteles y tartas, pero también chocolate, bombones e innovaron con aquellos caramelos únicos en España, los tofes, hechos artesanalmente con leche condensada, cuya receta habían traído de Inglaterra. Arrese ya era un referente de la repostería de Bilbao. En 1912 todos los corrillos de la alta sociedad bilbaína hablaban de aquel gigantesco y lujoso barco que partiría de Southampton para cruzar el Atlántico hasta la ciudad de Nueva York. La señora de Martiartu había contado en su círculo que unos amigos le encargaron tofes de Arrese para llevar hasta “Gotham” (aún no se la conocía como La Gran Manzana y ese era su apodo por entonces) en el viaje inaugural del Titanic. Sus amigos eran Víctor Peñasco y Castellana, de 24 años, hijo de padres adinerados y sobrino de José Canalejas, presidente del Gobierno de Alfonso XIII y su joven esposa, María Josefa Pérez de Soto, Pepita, que también tenía una gran fortuna, siendo hija de banqueros. Se habían casado hacía casi dos años y desde entonces su Luna de Miel parecía interminable. Habían recorrido los lugares más lujosos de Europa y ya en París decidieron prolongar aún más el viaje al enterarse que el Titanic hacía escala en Normandía. No lo dudaron y, tras recibir la caja de caramelos enviada por su amiga desde Bilbao, tomaron un tren a Cherbourg-en-Cotetin, sin saber que dos días después la Luna de Miel y su vida juntos acabaría de forma trágica. Aquella noche Víctor sintió el impacto, fue de los primeros en saber que habían chocado con un iceberg, avisó a su esposa y a la doncella que viajaba con ellos y las consiguió subir en las lanchas salvavidas. Pepita y Víctor pudieron despedirse. “Pepita, que seas muy feliz”, le dijo Víctor abrazándola por última vez mientras ella gritaba desconsolada para que subiera en la barca, según se narra en el libro “Los diez del Titanic” (LID Editorial). Víctor Peñasco se hundió con el Titanic y su cuerpo no fue recuperado. Cuentan que su madre consiguió falsificar un certificado de defunción de un cuerpo hallado en las costas de Halifax días después del accidente para que Pepita pudiera acceder a su legado sin esperar los veinte años que marcaba la ley por desaparición. Y allí en Halifax está enterrado el supuesto cuerpo de Víctor, que nunca fue olvidado por Pepita, ni por los hijos que esta tuvo después, ya que fue feliz en su segundo matrimonio. En 1912 Concha Arrese tenía 12 años, pero siempre recordó el día en que sus padres daban la noticia en casa: el barco donde viajaban los amigos de la señora de Martiartu se había hundido y Víctor estaba desaparecido. Lo que la familia Arrese no imaginó jamás es que aquella tragedia sería mundialmente conocida y que su caja de tofes, parte de los enseres que desde entonces acompañan al pecio, pasaría a formar parte de las historias humanas del desastre. Hace décadas que la pastelería Arrese no fabrica tofes, pero sus famosas trufas de chocolate y todo lo que sale de su obrador mantienen la filosofía que desde 1852 ha puesto en valor esta familia, la calidad como el mejor ingrediente para perdurar en el tiempo. Han pasado 171 años, que dan para muchas historias vinculadas a los dulces, que, como los buenos amigos, siempre acompañan en los mejores y peores momentos. Como el viaje de la caja de tofe que se hundió con el Titanic en una fría madrugada de hace 111 años. Apúntate a nuestra Newsletter de Viajes y recibe en tu correo las mejores propuestas para viajar por el mundo

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