El error del documental de Max '¿Yo fui una mujer florero?': cuando el prejuicio gana a la verdad
Veo un documental en lo que antes se llamaba HBO que intenta reducir a varias comunicadoras de nuestra historia de la televisión en mujeres florero. No lo consiguen. Les sale mal. Han pensado la premisa antes de verificar y van a por todas. Aunque no sean fieles a la realidad documentada. Aunque evidencien que jamás han visto Un, dos, tres. . . responda otra vez completo, insinuando cosas que jamás pasaron. El primer concurso en prime time en el que todas sus grandes protagonistas fueron mujeres y, las principales, no sexualizadas. Mayra Gómez Kemp, Las tacañonas. . . De hecho, en el guion del primer programa de su etapa jugaban con cierta socarronería con la moralina machista de la época. "¿No va a haber ningún hombre?". Cómo puede ser. Porque todos venimos de ahí, de aquellos ojos machistas. Pero no podemos mirar el ayer con las gafas sabelotodo de hoy. No es justo. Es ventajista. Y es muy fácil reducir al Un, dos, tres a la imagen de las azafatas en minifalda que son fruto de una época, aunque fuera el primer programa que también se lanzó al erotismo masculino. Porque el deseo domina el mundo. Es transversal y, como el cine, Chicho Ibáñez Serrador utilizaba la seducción que insinúa pero no enseña de más. Es más poderoso potenciar la imaginación que ser burdamente evidente. La propia Mayra Gómez Kemp afirmaba en una entrevista con María Teresa Campos, a principios de los noventa, que el concurso siempre huyó de la desnudez chabacana. Lo dijo en referencia a Las Mamachicho que intentaba Telecinco colar de reclamo por aquel entonces. Mamachicho que se busca recordar desde el hoy como si hubiera sido un éxito, a pesar de que en España nunca funcionaron. Desde el primer minuto que aparecieron en "la pantalla amiga" generaron más el rechazo y la crítica que el interés en las audiencias. Tanto que Telecinco tuvo que terminar limpiando por completo esa imagen de tele zafia que "estaba muy verde", como ironizaba tal cual Chicho Ibáñez Serrador en uno de sus míticos prólogos en su sillón negro del Un, dos, tres. . . . El error del documental ¿Yo fui una mujer florero? de Max y de Producciones del Barrio (Lo de Évole, Salvados) es intentar meter injustamente en el mismo saco a mujeres como Las Mamachicho, que fueron usadas como sexista decorado exótico, y otras mujeres que triunfaron por su poderoso talento. Como Miriam Díaz Aroca, que fue la revelación en el programa Cajón desastre por su espontaneidad intuitiva delante de cámara. Era tan gamberra como el espectador. Parecido pasó con Loreto Valverde. Su singularidad creció por su particular risa. Es el mismo motivo por el que no recordamos ningún nombre de Las Mamachicho y sí tantos nombres de las azafatas del Un, dos, tres. El programa era cantera, porque se buscaba una actitud artística: Silvia Marsó, Lydia Bosch, Kim Manning, Nina, Victoria Abril, Paula Vázquez. . . No bastaba con el físico en los castings. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero para lograr el titular fácil, a menudo, somos injustos con la historia de nuestra televisión. Se juzga sin buscar el contexto y visualizar minuciosamente programas que intentaban ser más modernos que su país y más vanguardistas de lo que nos conviene pensar ahora. No quedamos con la foto fuera de contexto. La tele española fue construyéndose contado con grandes presentadoras, desde su origen en el Paseo de La Habana con Laura Valenzuela. De hecho, un número mayoritario de los programas más recordados de los ochenta y de los noventa suelen tener al frente de la responsabilidad a una mujer en solitario: Mercedes Milá, Mayra Gómez Kemp, Carmen Maura, Rosa María Sardá, Raffaella Carrà, Paloma Chamorro, Julia Otero, María Teresa Campos, Concha Velasco, Isabel Gemio. . . Nuestra historia de la televisión ha estado llena de mujeres independientes afrontando programas complicados en una época en la que en otros países las presentadoras siempre tenían al lado el vínculo masculino con ese punto paternalista. Nosotros no tanto. Hasta TVE apostó por el Telediario con Ana Blanco y Francine Galvez en 1990. Pero que la verdad no nos estropee un prejuicio que sobre todo vende como reclamo, ya que provoca indignación. Incluso castigamos la belleza desde una sociedad actual que, por cierto, sexualiza casi todo lo que toca, inclusive un rey mago en la cabalgata o un simpático disfraz, como ha pasado con la vaquilla de El Grand Prix diseñada marcando unos músculos muy celebrados en determinadas redes sociales. El deseo mueve la sociedad. Y siempre será así. Y qué alegría. No es malo. Lo que es malo son la prácticas que intentan abusar de personas por su físico. Que es bien diferente. No confundamos el carácter telegénico de Miriam Díaz Aroca con la trágica cosificación. No reduzcamos a todas las presentadoras atractivas a bustos parlantes, eso también es machismo. Y no culpabilicemos a la belleza de todo, que es lo verdaderamente rancio y mojigato en un momento en el que ya sabemos que la belleza es elástica por diversa. Es más, sabemos que la diversidad gana a la guapura. Porque los guapos se parecen, se repiten, son olvidables por intercambiables. En cambio, los atractivos calan por su singularidad, por su expresividad, por su trabajo, por su talento, por su carisma, por su mirada al mundo.
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