De vacaciones y realidades

Escribo estas líneas desde una pequeña isla al norte de España. Un paraíso -cada vez menos secreto- donde tengo la suerte de compartir tiempo con los míos y de dejar atrás un Madrid que, en esta época del año, se vuelve irrespirable. Desconectar para reconectar con otros ritmos, otros acentos, otras miradas. Pero nunca se logra del todo. Incluso en este paréntesis estival, hay realidades que nos acompañan en silencio. No ocupan espacio en la maleta, pero pesan. Para más del 9% de la población española, esa realidad tiene nombre: discapacidad. Hablamos de más de cuatro millones de personas que, cuando viajan, no solo buscan descanso, sino también certezas. Acceder a la playa, ducharse en una habitación de hotel, entender un menú, disfrutar de una piscina o mantener una rutina tranquila puede convertirse en una carrera de obstáculos si la accesibilidad no ha sido contemplada. Lo que en casa está medido, organizado y adaptado, puede tornarse caótico en un destino que no ha sido pensado para todos. Por eso, la empatía -esa capacidad de mirar con los ojos del otro- debería ocupar un lugar habitual en la conversación pública cada verano. Ponerse en los zapatos ajenos, comprender otras realidades, no solo sensibiliza, también impulsa el cambio. Y ese cambio es urgente para quienes conviven, por ejemplo, con una discapacidad visual, con un familiar directo con alzhéimer, con una condición del espectro autista, o están en silla de ruedas. Porque para ellos, más que para nadie, el entorno lo cambia todo. La accesibilidad se convierte, también en vacaciones, en una condición esencial para que todas las personas puedan disfrutar del tiempo libre en igualdad. Y esa igualdad no se construye con gestos aislados, sino con capas que se entrelazan: desde una arquitectura sin barreras hasta una señalética clara y comprensible. Desde una atención formada en diversidad hasta la tranquilidad de saber que alguien pensó en ti antes de que llegaras. Porque la verdadera inclusión no empieza cuando alguien la necesita, sino cuando ya está prevista. Es la diferencia entre adaptarte a un entorno o que ese entorno se adapte a ti. Y si sucede lo segundo, la experiencia cambia radicalmente a mejor. En nuestra agencia de comunicación tenemos la fortuna de trabajar todo el año para visibilizar estas realidades, y es algo que nos gusta enfatizar especialmente en verano. No solo damos voz a quienes conviven con una discapacidad, sino que contribuimos a que esa voz llegue más lejos, a otros entornos, a otras conversaciones. Difundimos consejos útiles para acompañar a personas con enfermedades neurodegenerativas durante las vacaciones -como mantener rutinas, evitar entornos sobre estimulantes o protegerse del calor-, compartimos recomendaciones de salud y bienestar, y también alzamos la voz con reivindicaciones claras: espacios más accesibles, entornos más amables, servicios más humanos. Mostramos ejemplos reales que impulsan un turismo verdaderamente inclusivo, como el de nuestros hoteles, donde la accesibilidad no es solo una cuestión arquitectónica, sino una cultura que se respira en cada gesto, en cada profesional, en cada detalle. Porque ofrecer espacios cálidos, pensados para todos, no solo es posible: es rentable, es necesario y, sobre todo, es justo. Así que si este verano te cruzas con una pasarela que llega hasta el mar, con una carta de restaurante fácil de leer, con una rampa bien integrada o con un camarero que sabe escuchar, piensa que no es casualidad. Es comunicación. Es respeto. Es inclusión. Y también es futuro.
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