David Uclés: "El origen de 'La península' es la escucha a mi abuelo... Sus últimos siete años de vida se convirtió en un gran amigo"

Úbeda se empeña en parir artistas. A la voz rasgada de Ducados y whisky on the rocks de Joaquín Sabina y a la fecundidad y lucidez de Antonio Muñoz Molina se le unen ahora el realismo mágico y la boina de David Uclés, que con 34 años ha escrito una novela que ya es historia de la literatura española. Acaba de cumplirse un año de la publicación de La península de las casas vacías en Siruela y Uclés está, cómo no, "muy feliz", aunque también —a uno no le extraña— "agotado" porque no hay ciudad ni pueblo español que se haya quedado sin darle la bienvenida. De hecho, le han ofrecido ir este 2025 a Sudamérica y él, tan sabio, se ha prescrito a sí mismo altas dosis de tranquilidad. El lector que espera futuras obras suyas lo agradecerá porque al escritor español del momento, simple y llanamente, le va a dar algo. "Poquito a poco", dice. La península de las casas vacías, "un milagro" según Uclés, lleva ya 16 ediciones, decenas de miles de copias vendidas y algún que otro premio, como el Cálamo o el de la Crítica Andaluza. Dieciséis ediciones que llegan después de los 15 años que el jienense ha tardado en escribir la novela tras numerosos e infructuosos intentos de que una editorial la publicase. Sería acertado decir que La península es un libro sobre la Guerra Civil, pero no sería erróneo decir que no lo es. La contienda es el sistema de conducción que hace latir el verdadero corazón de la novela: la historia de una familia destrozada, la historia de la familia del propio Uclés. Y, sin embargo, de las largas conversaciones que durante años mantuvo con un abuelo al que "en casa se le escuchaba poco" ha nacido, en clave de realismo mágico, una de las grandes novelas sobre el episodio más oscuro de nuestra historia reciente. Decía Pérez-Reverte que con cada abuelo que muere se va una mirada, una memoria, un mundo. Ese mundo es el que, combinado con su propia imaginación, ha inmortalizado Uclés en La península de las casas vacías. Del escritor puede destacarse ese acento jienense candoroso, una timidez inicial que se marcha conforme la conversación avanza y un humor ocurrente que se muestra sin ninguna pretensión. Y con todo, David Uclés es —no hay nada más revelador de su carácter— un tipo al que conoces y saludas extendiéndole la mano y del que te despides una hora más tarde dándole un abrazo. ¿Qué tal este annus mirabilis? ¿Cómo ha cambiado su relación con el libro a lo largo de este tiempo?Muy bien, muy intenso, pero muy feliz, muy contento. Siempre se dice lo mismo: que el libro deja de pertenecer al autor para ser de los lectores, y en este caso yo lo veo así. Es como si la novela se hubiera emancipado de mí y perteneciera a la gente. Unos la usan para viajar por España, otros para enterarse de lo que ocurrió durante la guerra, otros para ver lo que tuvo que sufrir su abuelo, otros para saber de la historia de su abuelo, a quien no pudo conocer… El libro está sirviendo de catarsis a los lectores y se está despegando de mí, y eso es bonito. Ha contado que llegó a estar dispuesto a dejar la escritura si La península no alcanzaba una segunda edición. Lleva ya 16 y ha recibido el Premio Cálamo al Libro del Año 2024, el de la Crítica Andaluza y está nominado al Premio de Literatura de la Unión Europea. Definitivamente, este libro le ha condenado a ser escritor. Sí, no sé si para toda la vida, porque soy muy cauto y siempre me pongo en lo peor. Si viene lo bueno, genial, pero siempre me espero lo peor. Sé que tengo asegurado un par de años, pero no creo que más… Ya veremos. No doy nada por hecho, pero sí, seguiré escribiendo. Y de verdad, te lo juro, iba a aparcarlo. Llevaba mucho tiempo intentándolo, llamando a puertas… Quince años con este libro. . . Me convencí y me dije: 'Si después todo este trabajo no llega a una segunda edición, no merece la pena'. ¿A qué se habría dedicado si no hubiese salido bien? Estudió traducción y también es músico y pintor. ¿A alguna de esas cosas, quizá?A la traducción desde luego que no porque es un arte en el que convives con textos que han creado otros y me habría frustrado traducir cosas que no hubiera podido escribir yo. Sí, tal vez a la música, que es lo que me ha dado de comer todo este tiempo, y a la pintura… Puede que hubiera creado un atelier de pintura y ya está…Quince años para escribir una novela tan ambiciosa, con decenas de miles de kilómetros recorridos, suena a disfrute, a despertar de los estímulos, pero también a renuncia. ¿A qué ha renunciado David Uclés por escribir este libro?A tener una nómina y una estabilidad económica, a una cotización y a un futuro más estable. Para escribir el libro, no podía hacerlo todo al mismo tiempo… Y también a la sensación de hogar que te da tener una casa. Yo me mudaba para investigar, no solo viajaba, para conocer las ciudades mejor: viví en Euskadi, en Galicia, en Cataluña, en Madrid, en varias zonas de Andalucía, en el norte de Portugal… Pero, debido a mi arritmia, tengo muy presente que te puedes morir de un día para otro y vivo la vida muy al día. Me decía: ‘Pues ya está, no pasa nada. Si total, no voy a llegar a viejo’. En el libro pone voz a los Roosevelt, sitúa a George Orwell en un lugar y un momento en los que no debería estar para que cuide y converse con Odisto; y cita a Franco frente a El entierro del conde de Orgaz en la iglesia de Santo Tomé para hablar con él. Para encontrar un ejercicio similar, la interacción entre personajes ficticios y reales, hay que acudir, quizá, a Juan Manuel de Prada. ¿Se arriesga poco en este sentido en la literatura? ¿Tuvo reparos?No, ninguno, porque siempre he respetado la vida de esos personajes y su historia, y cuando no lo he respetado lo he dicho. En el sentido de: ‘Orwell no estuvo aquí este año'. Lo digo y el propio personaje es consciente. Me encanta coger personajes reales y hacerlos míos. Mi próximo libro, creo que será el siguiente que se publique, es una novela coral donde hay 100 escritores reales que vivieron durante una época en Barcelona. Para mí es un gozo, un privilegio. ¿Por qué no hacerlo? En la literatura sí suele hacerse, pero no de manera tan exagerada y coral. Juan Manuel de Prada, como dices, lo está haciendo en sus últimas obras. Pablito, Pablo, Paulo y de nuevo Pablito. Los personajes se le rebelan, le exigen directamente que, por ejemplo, les cambie el nombre, y usted lo acepta. Ha introducido una novedad en la forma en la que el narrador se relaciona con ellos. Para el relato de matanza de Badajoz, encuentra la forma de recomendar al lector que se sumerja en él mientras escucha Allegri; para el de la Desbandá, que reproduzca Tres coros del zar Fyodor Ivanovich. También introduce una cierta novedad en la manera en la que se relaciona con el lector. Como escritor, ¿cómo interpreta la narración? Abogo por una libertad total del narrador y que haga lo que considere oportuno en cada momento. Me gusta ver la frescura de las voces narrativas cuando leo algo nuevo. Me gusta, en definitiva, ver al narrador. En mi caso se ha visto muchísimo, muestro las costuras del libro. No tengo pudor por hacerlo. Era necesario para contar toda una guerra y mantener la atención del lector, para hacerle comulgar con ruedas de molino. Eso lo decía mucho una profesora mía. Hay ciertas licencias que yo me tomo como narrador y que, si no me excusara, no se explicarían. Yo tengo que explicarme. Y luego, claro: 15 años solo delante de un texto… Si no me lo paso yo bien, apaga y vámonos. Yo escribo para el lector, pero si puedo al mismo tiempo pasármelo bien… Además, yo no estoy como personaje. Está toda mi familia menos yo, así que me introduzco en la historia en la forma de narrador, ¿no?¿No podemos identificarle con ninguno de los personajes?Bueno, sí, José soy yo, física y mentalmente. En la anterior, en Emilio y octubre, Emilio soy yo. Al final, siempre hay un personaje en el que te apoyas, todos tienen un poco de ti. Continuando con lo característico de la narración, la primera vez que 'rompe' la historia es, además, para hacer una invitación un tanto escatológica. (Ríe). Sí. No soy nada escatológico y me daba miedo que el libro se manchara un poco, pero me hacía gracia. Además, es que en ese cubo verde del que hablo solo cagaba mi abuelo, y sigue allí [en la huerta de su pueblo]. Mi abuelo, no, pero el cubo sigue, como si le estuviera echando de menos. Se me ocurrió ese chascarrillo y bueno… Forma parte de ese universo de objetos cuyos dueños desaparecen, pero permanecen con el paso del tiempo. Casas vacías, viento malhechor, / Iberia en llamas cuenta un narrador / que va y viene del antes al después. / Úbeda es el lugar donde nací, / Mágina la canción que no escribí / y Macondo la Jándula de Uclés. Cuénteme esto, por favor, que creo que no ha habido nunca novela que haya merecido que Sabina le dedique un soneto. Sí, se la leyó. Ya que mi ciudad es una cuna de artistas, me hacía ilusión el apoyo de uno de ellos. Y Sabina se manifestó. Yo no lo conocía de antes. Además, él está muy despegado de Úbeda desde hace mucho tiempo. Pero se la leyó, me invitó a su casa y me dedicó un soneto. Yo estaba flipando, estaba fuera de mí. Estoy muy feliz, muy contento, sobre todo porque es paisano. He sentido el abrazo de un paisano y para mí es muy, muy importante. Una de las escenas más surrealistas dentro de la crudísima realidad de la guerra es el momento en el que entran los milicianos en Jándula, en la que la risa precede a la tragedia. La escena es casi absurda. ¿Cuánto de surrealista y de absurdo se ha encontrado en las historias que ha conocido de la Guerra Civil?Mucho, mucho. De hecho, cuando se da una guerra el orden desaparece, la protección que supuestamente te dan las fuerzas militares desaparece, y te ves desnudo frente a la imaginación del vecino con el que te llevabas mal, por ejemplo, o contra un enemigo, que es tu propio pueblo. Entonces, el absurdo es total porque aparece el caos, y cada cual utiliza su estrategia, su imaginación para derrotar al otro. Cuando empecé a investigar sobre la guerra, leí cosas como que se comieron a una monja en Barcelona, que colgaron a otra de las tetas, que a un paracaidista que cayó en la zona del bando contrario le cercenaron los miembros, se los cosieron después y lo tiraron muerto como una marioneta al otro bando. . . Descubrí que dos amigos se suicidaron en Alicante juntando sus cabezas para que el mismo tiro atravesara las dos a la vez, que durante el asedio al Santuario de la Virgen de la Cabeza, lanzaron desde aviones cajas de comida a las que ataron unos pavos para que amortiguasen la caída… Esas cosas son realismo mágico, pero son ciertas, ocurrieron. Entonces, leo sobre la guerra y digo: ‘Hostia, es que si a las cosas que pasaron le sumo lo que mi imaginación puede crear, esto me sirve como conducto de mi realismo mágico'. En alguna ocasión ha comentado que uno de los trabajos más costosos durante el proceso de escribir La península ha sido enfrentarse a sus propios prejuicios y juicios. Sí. Yo soy progresista, y antes de meterme en la investigación yo pensaba que como el golpe de Estado lo provocó la derecha fascista por parte de la izquierda no iba a haber ninguna atrocidad cometida por altos mandos. Y mi sorpresa fue que sí, que también hubo, que se mancharon las manos de sangre. Al fin y al cabo, era una guerra. Eso me sorprendió. Pensaba que estaba excusada en que se estaba defendiendo, pero hay ciertas acciones que manchan la voluntad del pueblo de izquierdas. Esa interesante labor que es hacer frente a nuestros prejuicios, ¿cómo lo ve en la actualidad? ¿Estamos dispuestos a hacerlo o nos guiamos por maniqueísmos?No nos vamos a matar entre nosotros, pero creo que el español sigue atrincherado en su propia visión del mundo y que le cuesta crear una visión común con el de enfrente. Lo que quiere hacer el español es imponer su verdad y luego ya escuchar la del otro si eso, pero para rebatirla, no para incorporarla a su pensamiento. Somos mucho de negros y blancos, y los grises los contemplamos poco. Esto pasa en todos los países, pero en el nuestro, un poquillo más. Mira Twitter, por ejemplo, que cada vez me dan más ganas de quitármelo. ¿Le increpan mucho?Sí. Cada vez hay más comentarios, pero bueno, no pasa nada. Eso es buena señal. "Ladran, Sancho, señal que cabalgamos". Aunque la frase no sale en el Quijote, como muchos piensan, comúnmente se dice eso, ¿no?¿Y cómo lleva que ladren?Estoy acostumbrado porque yo tenía 9 años y me pegaban porque parecía gay. Yo no descubrí que era gay hasta los 15. Entonces, estoy acostumbrado a que la gente haga sus juicios, vea el mundo de una manera y la tome contra ti. No me asusta. Mi padre sí está asustado, me dice: ‘No escribas sobre Franco, no hables mucho de él en las entrevistas’. Pero es que sé que existe la maldad, sé que existe la gente que usa la violencia como arma, y lo sé desde pequeño. Nada nuevo… No discuto con esa gente. ¿Cree que hoy se utiliza a Franco y la Guerra civil de manera partidista?Sí. La Guerra Civil, sí. Franco no tanto porque es más evidente, por la postura internacional, que fue un dictador, aunque a mucha parte de la derecha en este país le cueste todavía asumirlo. Pero con la guerra sí se ponen en duda muchas cosas todavía y se utiliza para polarizar la sociedad. No se hace un intento de arrimar el hombro y de llegar a un acuerdo sobre qué es lo que sucedió, de admitir los hunos y los hotros lo que no hicieron bien. Esto hace que no haya una buena memoria histórica y que los alumnos en los colegios frivolicen el tema y resuciten arengas del pasado. ¿Piensa que los chavales lo hacen por una cuestión de edad y porque les hace gracia?Sin duda. Pero es peligroso. Sí, es peligroso. Los niños lo hacen porque les hace gracia y los adolescentes, porque están en un momento de construir su identidad, un momento muy débil para ellos, en el que están muy perdidos, y muchas veces lo más sencillo es meterte dentro de un grupo. El otro día, una madre me dijo que su hija de 14 años le preguntó si dentro de cuatro años podrían votar. Cuando le dijo que sí, le contestó: ‘Pues que sepan que todos los de mi clase van a votar a Vox’. A la madre se le heló la sangre. Vamos a Jándula, trasunto de Quesada, su pueblo. Odisto es el personaje principal de la novela, pero podría decirse que Jándula también porque ejerce de núcleo conector. ¿Cree que habría podido escribir esta novela sin esa influencia del pueblo que ha podido dotar de cierto bucolismo su carácter?No, no hubiera podido. La novela surge como una carta de amor al campo, como un propósito de que la memoria familiar no desaparezca y como un último intento de ensalzar la cultura jiennense, que no es otra que la cultura de cualquier pueblo aislado. Ese fue el origen. Sin eso, que es la estructura y la base, no habría escrito la guerra. Gracias a ese origen, todos sus lectores han aprendido cómo se degüella y desmiembra un gorrino y que la vejiga de este es un órgano maravilloso para que los niños se diviertan con él. (Ríe). Sí, para hacer una zambomba. Es raro porque se infla, es como un globo, pero luego la piel se puede utilizar para la zambomba. Tiene esa doble función. Yo recuerdo esos momentos. La inflaba y se veían las venas, pero claro, luego se pudría con el tiempo. Mi madre me decía: ‘No la toques más’. Yo, en cambio, quería mantenerla para siempre porque era una cosa preciada. También cogía la piel de los lenguados, me la guardaba, porque era muy bonita. Luego echaba un pestazo la cómoda. . . Y mi madre: ‘Esto qué es’. Ay, de pequeño yo pensaba que se podía guardar, que se secaba. No asimilaba el concepto de caducidad. En lo de la matanza, mi abuela, la mujer de Odisto, que sigue viva, me ayudó a recordar los nombres de los instrumentos que se utilizaban. Al fin y al cabo, es parte de nuestra cultura. "Me atrevería a afirmar que casi todas las víctimas de la revolución lo han sido por motivos de venganza personal pura y simple, no porque la revolución triunfante se haya dedicado a la tarea de cortar las cabezas de sus odiados enemigos de la burguesía, según reza la tradicional amenaza". Lo cuenta Chaves Nogales en sus crónicas sobre la revolución de Asturias, altavoz del advenimiento de la guerra. Una guerra civil en los pueblos, además, es especialmente cruenta porque en muchas ocasiones no responde a más ideología que a la de: 'Voy a joderte porque me caes mal o porque un día me jodiste', ¿no?Sí. Antes, la vida del pueblo era el cosmos. De hecho, sigue siéndolo. Cuando voy a mi pueblo, es como un teatro porque el del estanco es el mismo, el panadero es el mismo. . . Cumplen una función. El pueblo era el universo de la gente, por lo que cualquier rencilla era mucho mayor. A una persona le afecta más lo que piense el vecino de enfrente que lo que piense el presidente de Francia. Sí, creo que donde más sangre se derramó fue en esas venganzas personales. Yo no soy vengativo y no le habría hecho la vida imposible a nadie ni lo habría matado… pero a lo mejor sí habría metido en prisión a aquellos que me pegaron de pequeño o insultado. Ellos me habrían matado, estoy seguro. Yo sé de gente que, si la guerra civil hubiera ocurrido hace 20 años, a mí me matan. Si me pegaban y me daban con palos. . . No me mataban porque no se podía, pero en el momento en el que la muerte es una moneda de cambio…Chaves Nogales tiene razón en ese sentido, y sí, pienso que las mayores atrocidades fueron cometidas por esos odios particulares. Es más, creo que de ahí viene el nombre de guerra civil, porque se convirtió en un conflicto civil entre nosotros. A nivel estatal fue una defensa contra un golpe de Estado, pero degeneró en eso, en una guerra entre nosotros. Por eso digo que no creo que haya una próxima guerra civil, pero sí un conflicto civil: que si cae el capitalismo o las democracias que nos rodean se debilitan, nosotros vamos a despertar nuestros fantasmas y nuestras rencillas personales. Es mi opinión. Ahora que lo comenta, ¿cómo le han marcado esas experiencias desagradables que vivió de niño?No lo he traumatizado. A los niños se les va muy pronto la inocencia. Bueno, a mí me duró… No sé por qué. Fue un milagro. Tal vez, porque hasta los 16 jugaba en el campo y con mi imaginación. . . y era muy feliz. No sé por qué era muy feliz. No debí serlo, pero lo fui. Creo que fue porque muy pronto entendí, como he dicho antes, que hay maldad y que el hombre es malo por naturaleza, pero que se le educa. Hay niños que crecen en una fantasía de cuento de príncipes o princesas: que si nadie me va a hacer daño, que si el ratoncito Pérez… A mí, mis padres me dejaron de dar los Reyes con 9 años. Vengo de una tierra muy austera. Esa infancia de cuentos de hadas no la he tenido. Ha sido más dura, pero he sabido ser feliz con ella. En el libro escribe: "Para apartar las hojas también existe un invento viejo, llamado criba: un tobogán por el que entran las aceitunas enredadas con las hojas y del que salen separadas. De pequeño jugaba a tocarlo como si fuera un arpa". ¿Qué papel juega el olivar en el libro y qué significa para David Uclés?El olivar es todo para un jienense. Es el límite con el resto del mundo, la separación con el territorio extranjero. Todos nuestros pueblos están rodeados por ese inmenso olivar, que es donde jugamos, donde pasamos la siesta. . Es donde yo iba para mis escarceos románticos porque en mi casa no podía, y es donde he ido con mis amigos a hacer botellón, a ver las estrellas y a rajar. Al final, el olivar es lo que nos da de comer y también el lugar en el que despejamos la mirada. La península es la historia de la Guerra Civil, pero, en especial, de una familia que acaba destrozada. Una historia que, por supuesto, tiene su sustento en la investigación, pero un origen que radica en la escucha a aquellos con los que muchas veces se es injusto y que son los verdaderos guardianes de la memoria: nuestros abuelos. ¿Cómo han ido calando en usted las historias que le contaba el suyo?Ese fue el origen, sí. Él contaba su historia sobre la guerra y lo escuchábamos, pero no mucho. Mi padre se dormía, mi madre se las sabía de memoria y se las completaba. . . Yo empecé a escucharlo a los 17 o 18 años, y empecé a anotarlas a los 19. No sé por qué… Surgió de manera muy natural. Dije: ‘Voy a apuntar lo que dice… para hacer una novela, supongo, sí’. Pero es tan lejano… Tengo todas las notas manuscritas en mi casa y vídeos con él hablando. No sé por qué ocurrió, pero gracias a eso sus últimos siete años de vida se convirtió en un gran amigo. Y… y él me sentía como un amigo suyo. Pasó de llamarme maricón a considerarme su mejor amigo. ¿Le decía maricón?No a mí directamente, pero salía uno en la tele y le decía a mi madre: ‘Mira, un chorizo, como tu hijo’. Él lo hacía todo para reírse de la gente, no con maldad. Y se reía de mí por eso, porque a lo mejor parecía más mariquita porque llevaba el pelo muy largo y a él no le gustaba o cosas así. ¿Y eso no le supuso una especie de conflicto interno o rechazo a la hora de sentarse con él y escucharlo?No, porque entendí cómo era. No lo iba a cambiar. Él era así y yo, el que tenía que adaptarme a él. Yo estaba en una situación más favorable que él por la educación que tuve y tenía más empatía. Era imposible que se adaptase a mí, aunque finalmente lo hizo. Cuando estaba a las puertas de la muerte, él me daba la mano y me contaba las historias… Él no sabía que iba a morirse, fue de la noche a la mañana. Pero siempre me tocaba mucho la mano, me daba muchos besos, muchos. Los hombres solo suelen darse entre sí uno o dos, pero él me daba muchos, muchos, muchos, todo el rato. Me veía y se alegraba un montón, y se le iba la tristeza de verse en un cuerpo que inconscientemente se moría. Sí. . . Lo echo de menos ahora, sí…Citó en un artículo que escribió aquello que dijo Vargas Llosa: "Todas las grandes novelas no solo son grandes novelas, son también novelas grandes". En pleno 2025, caracterizado por el frenesí y la excusa infinita de la falta de tiempo, llega un chaval de 34 años y triunfa con una novela de 700 páginas sin haber cotizado nunca, viviendo momentos financieros difíciles. . . Es casi decimonónico, ¿no?Sí, soy muy bohemio y muy romántico. Supongo que se ve reflejado en mi trabajo y en mi trayectoria. Yo lo veo mucho como una épica. Lo he trabajado para que sea así. He querido crear una épica, un Quijote actualizado. No sé si lo habré conseguido, pero sí he puesto mi ambición y mi esfuerzo en ello. "No había nada, nada sobre la tierra… Bajo ella, muertos infinitos yacían en confusión, ahora casi tierra ya también ellos, y todavía lastimada humanidad, sin embargo; Bajo ella, muertos preñados con el plomo de su muerte; muertos retorcidos en el horror de su martirio; muertos consumidos en la perfección absoluta de su hambre; muertos". Termina la novela con esta cita de Francisco Ayala. Termina una novela sobre la guerra civil con una reflexión que resume la inutilidad de todas las guerras: todos los muertos se parecen. Eso es. Ahora estoy leyendo Final de partida, de Samuel Beckett. Y es muy interesante. Es un texto también muy existencialista en el que dos personas que ya están muertas se encuentran en una especie de limbo, y uno de ellos se empeña en decir: 'Abre la ventana, a ver si se ve el mar'. Y el otro le dice: 'No hay mar'. Y de nuevo: 'Abre la ventana a ver si se ve el cielo'. Y el otro: 'No hay cielo'. No hay nada. Esa reflexión la tengo muy presente en mi vida, por desgracia. Todo desaparece, somos tierra que se levanta un momentico, vuela y luego vuelve a caer. Es muy angustiosa esa reflexión, pero no está mal tenerla presente de vez en cuando para relativizar y tener más empatía. Para mí, la vida es poder permitirle al otro que se pregunte qué estamos haciendo aquí. No es buscar la solución, sino darle la libertad al otro para que tenga una vida tranquila y pueda preguntarse eso. Y sí, sirve también como reflexión de: 'Una guerra no sirve para nada'. Lo único para lo que sirve es para adelantar una muerte que a todos nos espera y en la que después, no hay nada. Como músico y pintor, ¿qué cuadro y qué canción tendría La península?Pues mira, van a hacer la serie del libro. Ya está seleccionado el director, la productora. No puedo decir su nombre, pero es uno de los mejores directores del país. Va a ser muy, muy guay. El actor principal también es muy bueno… Entonces, respondiendo a tu pregunta, la banda sonora que quiero que tenga es Andante festivo, de Sibelus, que es la canción que 'suena' en el episodio 64 del libro, cuando Josito, el ciego, tira el candil al cielo. Es una canción que si la escuchas triste, lloras, y si la escuchas feliz, te alegra. Es melancolía pura. Y un cuadro… La romería, de [Rafael] Zabaleta, la portada del libro, porque en esos rostros se ve a todo un pueblo escoltado por dos guardias civiles y con la mirada perdida. No te mira nadie, salvo los niños. ¿Y a Sabina no le va a decir que componga nada para la serie?Qué vaaa. Sabina está con más cosas, no tendrá tiempo para nada. Hombre, yo quiero que haya cameos divertidos. Yo quiero salir: de militar, tocando la guitarra y cantando una cancioncilla… Me da igual el bando… Bueno, un brigada internacional. Me hago pasar por un alemán y canto en alemán o por un francés y canto en francés. ¿Qué aspecto de la personalidad de David Uclés le ha ayudado a escribir y redondear este libro y qué otro podría haberlo abocado a la indiferencia?Sin duda, la paciencia y la constancia han sido mis mayores virtudes. También la confianza. ¿Qué me habría impedido que todo esto ocurriese? Pues casi publico con una editorial demasiado comercial, hace siete años, y eso me habría matado. Tenía contrato y todo. Solo tenía que firmarlo. Y eso fue después de ocho años buscando como loco una editorial que le publicase. Era muy fácil caer. Sí, estaba frustrado ya. Pero me paré y dije: ‘Esto no lo veo aquí’. No firmé de milagro, de milagro. Menos mal. Se enfadaron conmigo mucho. Me dije: 'Madre mía, no tengo amigos en este mundo y ahora tengo enemigos'. Así que estuvo a punto de traicionar su principal virtud: la paciencia. Sí, pero lo conseguí. Y luego, por ejemplo, supe enviar los dos libros anteriores que he publicado y no este, porque en el último momento sabía que necesitaba más trabajo. Lo cierto es que no me importaba que se quedase en un cajón, pero. . . sí, bueno. Pero aquí estamosPero aquí estamos.
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